sábado, 31 de octubre de 2009

Murmullos

Era tarde y él volvía a murmurar entre dientes.

La chica tumbada de espaldas a él no se enteraba de nada, demasiadas horas de baile y dosis de distintos calibres la tendrían fuera de escena por muchas horas.

Y la noche corría sin que él dejara de murmurar.

La anciana vecina del 2º A tenía la oreja pegada a la pared tratando de entender qué decía, pero no había caso, los 62 años de cotilleo no le ayudaban a la hora de discriminar sonidos mal pronunciados y a un volumen menor que aquel con que se referiría a la hija de la Pepa cuando se cruzaba con Dominga rumbo al supermercado. Por más intentos que hacía, sólo era un murmullo, un murmullo, un murmullo.

Y él seguía así, entre dientes, mascullando, mezclando sonidos casi sin significado, dando más importancia a la sensación del paso del aire entre los labios y el vibración en la lengua que a decir algo que importase. De hecho, a medida que pasaban las horas se iba olvidando del motivo de su cantinela. No estaba sobrio, pero los humores del alcohol se habían evaporado y su cabeza estaba algo más despejada, pero no lo suficiente como para volver a recordar porqué murmuraba, contra quién murmuraba, para qué murmuraba.

La chica a su lado se giró y quedó con su rostro hacia él. Era realmente fea, tenía bonitas tetas que se dibujaban bajo su camiseta manchada de vino y vómito, pero su rostro dejaría a cualquiera murmurando una noche entera. O dos.

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