sábado, 31 de octubre de 2009

Murmullos

Era tarde y él volvía a murmurar entre dientes.

La chica tumbada de espaldas a él no se enteraba de nada, demasiadas horas de baile y dosis de distintos calibres la tendrían fuera de escena por muchas horas.

Y la noche corría sin que él dejara de murmurar.

La anciana vecina del 2º A tenía la oreja pegada a la pared tratando de entender qué decía, pero no había caso, los 62 años de cotilleo no le ayudaban a la hora de discriminar sonidos mal pronunciados y a un volumen menor que aquel con que se referiría a la hija de la Pepa cuando se cruzaba con Dominga rumbo al supermercado. Por más intentos que hacía, sólo era un murmullo, un murmullo, un murmullo.

Y él seguía así, entre dientes, mascullando, mezclando sonidos casi sin significado, dando más importancia a la sensación del paso del aire entre los labios y el vibración en la lengua que a decir algo que importase. De hecho, a medida que pasaban las horas se iba olvidando del motivo de su cantinela. No estaba sobrio, pero los humores del alcohol se habían evaporado y su cabeza estaba algo más despejada, pero no lo suficiente como para volver a recordar porqué murmuraba, contra quién murmuraba, para qué murmuraba.

La chica a su lado se giró y quedó con su rostro hacia él. Era realmente fea, tenía bonitas tetas que se dibujaban bajo su camiseta manchada de vino y vómito, pero su rostro dejaría a cualquiera murmurando una noche entera. O dos.

martes, 19 de mayo de 2009

Misiles en su tejado

Hace tiempo que había comenzado a vivir en un mundo aparte.

El resto no lo sabía o no lo quería saber.

El resto no se daba cuenta o no lo lograban entender.

Era su pequeño mundo, su refugio antimisiles de la realidad. No podía ver los misiles, pero sabía que venían.

El resto sí veía los misiles, pero para ellos no eran misiles, sólo eran “las cosas de la vida”. Y ya está.

Pero él tenía que refugiarse de los misiles y creó su propio refugio. Ese era su mundo aparte.